Al finalizar la corrida, de forma intempestiva y entre el asombro de la gente, Julio Aparicio le pidió a sus compañeros de terna, El Fandi y Perera, que le cortaran la coleta. Y así, con poca ceremonia, Aparicio ponía el punto final a su carrera de matador de toros. Y lo hace en la plaza que lo encumbró, en aquel San Isidro de 1994 cuando cuajó una de las más hermosas y sentidas faenas que se recuerdan en Madrid.
Aquel día Julito Aparicio bordó el toreo ante un bravo ejemplar de Alcurrucén. Desde entonces su trayectoria en los ruedos ha tenido más bajos que altos, ha estado repleta de tardes de escándalo con momentos en los que recordaba a aquel muchacho que encandiló a la primera plaza del mundo.
Para Julio fue una tarde aciaga, a la que no le faltó un brindis a la infanta Elena, tan noble como inoportuno. Su lote fue malo, sin paliativos. Julio, a duras penas, pudo estirarse en algún lance a la verónica, pero todo lo demás estuvo presidido por una incapacidad que él mismo calibró para tomar tan tajante decisión. Si se trata de una retirada para siempre, que le vaya bien, Julio, torero.
Miguel Ángel Perera se acopló de verdad con el sexto, un torazo con codicia. Magníficos los derechazos, sometiendo por bajo y templando de lo lindo. El toro presentaba muchos problemas por el pitón izquierdo y sin embargo Perera corrió la mano con mando. Sacó todo el partido posible del muy serio ejemplar de Las Ramblas y la espada arruinó lo que pudo ser un trofeo que le hacía falta cortar en Madrid. En todo caso ha sido una muy digna manera de finalizar su actuación en este San Isidro.
El Fandi desperdició al buen segundo toro al que trituró a trapazos y en el quinto dió un mitín en banderillas, su número fuerte.
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